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Por Siempre Amy

Para la niña más linda del universo, nuestra inspiración.

¿Quién era Amy?

Mi hija Amy desde niña fue una persona sonriente, generosa y muy empática. Amaba profundamente los animales y siempre tuvo una conexión especial con la naturaleza. En la casa siempre tenía que haber un pájaro, un gato, un perro, ¡o varios! Era muy inteligente pero además talentosa, le encantaba muchísimo leer, cantar y tocar piano. La lectura y la música eran dos cosas que siempre disfrutábamos mucho juntas. De niña, tenía que leerle siempre su libro favorito antes de dormir, y ya grande una actividad que nos gustaba mucho era buscar un parquecito para ir un rato a leer. Me encantaba escucharla cuando pasaba horas practicando alguna canción en el piano, siempre le aplaudía al final y ella me decía “todavía le falta”.

De adolescente siguió desarrollando su pasión por la lectura y también comenzó a tomar clases de dibujo, pintura al óleo y acuarela. Le encantaban los colores y así lo demostraba en su estilo personal. Su sueño era dedicarse al arte. Su gusto musical también evolucionó, le apasionaba el rock de los 70s y los 80s, fan de grandes bandas como The Beatles, Led Zeppelin, y Pearl Jam.  Ella era lo que en inglés se conoce como un “old soul” (alma vieja en cuerpo de joven). Era sumamente orgullosa de ser costarricense pero también se interesó mucho por conocer culturas diferentes y para ello estudiaba coreano y japonés.

Además fue reafirmando su conciencia social y sus valores. Rechazaba cualquier forma de discriminación y las etiquetas. A ella no le gustaba escuchar a otros referirse a las personas como “nica”, “chino”, “gorda”.  También defendía enfáticamente la equidad. Solíamos tener largas conversaciones sobre todo lo que el movimiento feminista ha logrado, y todo lo que ella creía que aún nos faltaba como sociedad. Aunque no siempre estábamos de acuerdo, valorábamos mucho esas charlas donde “resolvíamos el mundo”. Y por supuesto, ¡tuvo una etapa vegana para salvar el planeta!

Quizás la característica que más me gusta recordar de Amy es su empatía y su solidaridad con los relegados, con los que sufrían, con los que no calzaban. Varias veces la vi llorar por el sufrimiento de alguno de sus amigos. En una ocasión durante una salida con sus amigos, Amy conversó con una persona sin hogar - a quien acababa de conocer - y la invito a unirse al grupo, lo cual tomó por sorpresa a los demás. Ella tenía la capacidad de ver al ser humano antes que cualquier otra cosa, y de brindar su amor sin condiciones. 

Amy era una adolescente normal en muchos aspectos, como en su rebeldía a las normas sociales “absurdas” y en su búsqueda de independencia. Pero en su esencia, en su alma, era extraordinaria en el verdadero sentido de la palabra. Ella dejó una huella profunda en los que tuvimos el privilegio de amarla y ser amados por ella. Ella nos enseñó con acciones el significado de la empatía, la inclusividad, y la solidaridad. 

Nuestra lucha con la depresión.

Los primeros síntomas de depresión aparecieron en la temprana adolescencia en su etapa de colegio. En su afán por no preocuparme ella intentó resolverlo sola. Sin embargo cuando llegó el cambio de colegio a universidad sus síntomas empeoraron y fue imposible para ella seguirlo ocultando.  

A los 17 años recibió el diagnóstico de depresión mayor. Durante los siguientes años luchamos juntas para buscar opciones de tratamiento y tratar de aprender todo lo que pudiéramos sobre la enfermedad.  El proceso fue sumamente duro pues tomó muchos meses llegar a un diagnóstico acertado, encontrar profesionales empáticos, y dar con los tratamientos farmacológicos que resultaran efectivos.

Como familia nos sentimos solas, desorientadas, y con muchas preguntas. En 2017 a pesar de estar en tratamiento, Amy tuvo su primer intento de suicidio y acudimos a una unidad de emergencia en un hospital público en donde no nos recibieron porque “no calificaba como emergencia”. 3 días después, luego de conseguir una psiquiatra privada que nos diera una referencia, Amy fue hospitalizada en una unidad psiquiátrica. Esta experiencia la cambió para siempre. 

Conocer a personas adultas mucho mayor que ella luchando con enfermedades mentales; otras de muy bajos recursos cuya única manera de recibir tratamiento inmediato y continuo era recurrir a la hospitalización; otras que venían desde muy lejos; y jóvenes cuyos padres no las estaban apoyando en el proceso. Esto le abrió los ojos a la gran necesidad y a la dura realidad que enfrentan las personas que padecen trastornos mentales. Además de esto, el experimentar el encierro y aislamiento total fue una experiencia traumática.

Fue en este periodo cuando ella expresó su deseo de ayudar a otras personas como ella. Conversábamos sobre la falta de cobertura de los servicios en lugares alejados de San José, y de cómo ella soñaba con un lugar  donde los jóvenes en crisis pudieran recibir atención en un ambiente apto para la recuperación, con animales, con naturaleza, con música y con arte.

Además de los retos en el aspecto médico y económico, nos tocó enfrentarnos al estigma, a la indiferencia, y a la ignorancia sobre el tema. A nivel familiar y social experimentamos la resistencia a aceptar que la depresión es una enfermedad y no una elección. Los típicos comentarios de “es pura vagancia”, “estos jóvenes de ahora que lo tienen todo y aún así no son felices”; o el muro que algunas personas levantan para mejor no hablar del tema. A nivel académico, la falta de empatía y de protocolos para reponer o justificar periodos en que Amy no era capaz de funcionar (por ejemplo en la universidad cuando tuvo que estar hospitalizada varias semanas). Todo esto sumaba al sufrimiento emocional y hacía las cosas mucho más difíciles, tanto para ella como para mi, pues no solo se está luchando con la propia enfermedad, sino también con la sociedad y con el sistema. 

A pesar de todas estas dificultades, Amy hizo muchos esfuerzos por estar bien. Regresó a clases, consiguió empleo, e intentaba alimentarse bien y hacer ejercicio. Estas cosas que una persona sana toma por sentado (cumplir una rutina de levantarse, bañarse, y atender responsabilidades diarias), para una persona con depresión conlleva un enorme esfuerzo. Ella experimentó mejorías en muchos aspectos, dejó de estar siempre cansada y su sensación de tristeza y vacío disminuyó considerablemente. Amy fue muy valiente, sin embargo, su mayor lucha era siempre en su propia mente.

A principios del 2019 sufrió una recaída con episodios severos de ansiedad y depresión. Amy murió por suicidio a la edad de 20 años el 19 de Junio del 2019. Ese día nació Fundación Amy.